La psicología positiva es la ciencia que estudia de manera rigurosa la felicidad y el bienestar en los seres humanos. Una de sus grandes conclusiones es que no existe una fórmula mágica o universal para la felicidad, sino que cada persona debe ir construyendo la propia y que además esta se transforma a lo largo de la vida. Así mismo que debe ser un proceso activo e intencional.
Desde que inició la Psicología Positiva se han ido identificando elementos que tienen un impacto en el bienestar de las personas cuando son incorporados como hábitos de comportamientos o pensamientos en la vida diaria. Solo algunos ejemplos de dichos elementos son la importancia de potenciar las emociones positivas, el ejercicio físico o el desarrollo de una mentalidad optimista entre muchos otros.
En términos generales muchos de los elementos que potencian la felicidad, invitan a un trabajo personal y de conexión con nosotros mismos en el camino de construcción de una vida más plena. Esto podría interpretarse como un proceso individualista y tal vez egoísta que no necesariamente considera a otros. Sin embargo, creo firmemente que el desarrollo y crecimiento personal no solo tienen un impacto positivo en nosotros mismos sino en quienes más queremos y están cerca de nosotros; especialmente nuestros hijos.
En este post hablaré sobre dos elementos específicamente (los cuales han sido ampliamente investigados) y sobre cómo sus efectos en nosotros pueden impactar positivamente a nuestros hijos o hijas.
Meditación tipo mindfulness: se refiere a la capacidad de poner mayor atención al momento presente. A vivir con mayor conciencia en el aquí y el ahora. Este hábito se genera construyendo una práctica diaria de meditación y con el tiempo los efectos de la misma van “inundando” la manera como experimentamos nuestro día a día; podríamos decir que de cierta manera dejamos de vivir en un modo automático. ¿Cómo esta práctica puede ayudarnos a relacionarnos de mejor manera con nuestros hijos?
Cuando cultivamos el hábito del mindfulness o conciencia plena, poco a poco aumentamos nuestros niveles de conciencia. Conciencia en relación con nuestros pensamientos, sentimientos y acciones. Nos damos más cuenta de lo que las acciones de nuestros hijos nos generan y por lo tanto creamos un “espacio” entre dichas acciones y nuestras reacciones, siendo estas poco a poco más equilibradas y menos impulsivas.
Uno de los principios del mindfulness tiene que ver con que seamos más auto-compasivos con nosotros mismos. Es decir que no nos juzguemos tan duramente y que aceptemos nuestra condición de seres humanos. Cuando esto ocurre y estamos dispuestos a tratarnos mejor y a juzgarnos menos, nos acercamos de manera diferente a nuestros hijos. Aceptamos que muchas veces el ser “suficientemente buenos” (y no perfectos) es, valga la redundancia, suficiente.
El mindfulness también nos da la capacidad para desarrollar más empatía con ellos. Cuando hacen o dicen algo que nos afecta, lo podemos identificar y nos podemos poner en sus zapatos y en su condición de niños más fácilmente y por lo tanto podemos modular nuestra reacción de manera más apropiada.Por último, si aumentamos nuestra capacidad de disfrutar y aprovechar el presente, podemos realmente estar en el mucho o poco tiempo que tenemos con nuestros hijos dando así un acompañamiento real y proporcionándoles la atención que realmente necesiten.
Gratitud: la gratitud se refiere a la capacidad de proactivamente detenernos a reconocer y apreciar lo que tenemos. Cuando construimos un hábito de la gratitud, es como si compráramos unos lentes nuevos con los que empezamos a ver el mundo de una manera diferente. Las investigaciones dicen que las personas que practican el hábito de la gratitud, reportan mayores niveles de bienestar y felicidad. ¿Cómo la gratitud puede afectar positivamente nuestro trabajo como madres y padres? Aquí algunos ejemplos:
Cuando nos ponemos estos lentes, estamos de cierta manera obligando al cerebro a buscar lo que apreciamos. Por consiguiente podemos reconocer de manera más consciente las cosas positivas que tienen nuestros hijos; podemos detenernos a sentir ese agradecimiento por tenerlos en nuestras vidas y “nutrirnos” de ese sentimiento para continuar con esta labor que en ocasiones no resulta fácil.
El agradecimiento hace que lo que parece cotidiano y poco emocionante, recobre valor.
Cuando realmente encontramos fuentes genuinas de agradecimiento que mueven nuestro corazón, podemos hacer de lo rutinario, algo especial que nos de energía en nuestro día a día.
Cuando individualmente creamos este hábito en nosotros, podemos dar el paso de expandirlo a la familia y así generar una “cultura de la gratitud” enseñándoles a nuestros hijos a ponerse estos lentes y brindándoles así una herramienta que los va a impactar muy positivamente.
Cuando incorporamos la gratitud en nuestra vida nos volvemos “buscadores de beneficios” y empezamos poco a poco a cambiar la perspectiva de las situaciones que se puedan presentar en la vida familiar, inclinando la balanza un poco más hacia el lado positivo.
Cuando usamos la gratitud como hábito, aumentamos la posibilidad de experimentar mas emociones positivas en el día a día, por lo tanto impactando la manera como opera nuestro cerebro y por ende creando dinámicas más positivas con nuestros hijos.
Creo que como padres y madres a veces nos enfrentamos a retos difíciles; no podemos desconocer que tenemos necesidades importantes de autocuidado que hay que satisfacer. Una buena noticia es que estas prácticas se pueden desarrollar y aprender y que nunca es tarde para empezar a hacerlo.
La felicidad se construye no en función de factores externos sino fortaleciendo la conexión con nosotros mismos. Creo profundamente que el tener mayor satisfacción con nuestra vida y aumentar nuestro bienestar nos abre la perspectiva y nos prepara para servir mejor a otros. Cada día y cada momento de la vida es una nueva oportunidad para lograrlo.
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